La habitacion del hijo
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La habitacion del hijo
Se que nadie leera esto, muchos que lo lean pasarán. Pero en el fondo todos somos ese hijo; al menos yo me veo así
Lo conoce mejor que a ella misma. O creía conocerlo, porque el joven silencioso y reservado que ahora vive en la casa le parece, en ocasiones, un extraño. El niño dejó de serlo hace tiempo. A veces, cuando está fuera, la madre se queda un rato en su habitación, callada, mirando los objetos, los libros –ella compró los primeros y los puso allí, soñando con el lector que alguna vez sería–, las fotos de amigos, de chicas. Las medallas que ganó en el colegio, tenaz, esforzado. Valiente como ella procuró enseñarle a ser. Con el ejemplo del padre: un buen hombre que nunca dice tres frases seguidas, pero que jamás faltó a su deber, ni hizo nada que no fuera honrado. Que educó al hijo con más ejemplos que palabras.
Inmóvil en la habitación, aspira su olor. Desde hace mucho es seco, masculino. Distinto del que tanto añora: aroma de cuerpecito menudo en pijama, olorcillo a carne tibia, casi a fiebre. A bebé y niño pequeño, que con el tiempo se desvanece y no regresa nunca. El crío que aparecía en la cama a medianoche con las mejillas húmedas, después de una pesadilla, para refugiarse a su lado, entre las sábanas. Quizá algún día recupere ese olor con un nieto, o una nieta. Con otro cuerpecito al que estrechar entre los brazos. Ojalá no esté demasiado mayor para entonces, piensa. Que aún tenga fuerza y salud para ocuparse de él, o de ella. Para disfrutarlos.
Libros. Hay muchos en la habitación, y jalonan veinticinco años de una vida. Infantiles, aventuras, viajes, textos escolares, materias universitarias, novela, ensayo, arte, historia. Desde niño, leyéndole cuentos e historietas, orientándolo con cautela, ella fue transmitiéndole el amor por la palabra escrita. La puerta maravillosa a mundos y vidas que acaban por multiplicar la propia: aspiraciones, sueños, anhelos cuajados en largas horas de lectura y templados en la imaginación. La intensidad de una mirada joven que explora el mundo en el descubrimiento de sí misma. Estos libros llevaron al muchacho a reconocerse entre los demás, a moverse con seguridad por el territorio exterior, a descubrir y planear un futuro. A estudiar una carrera bella y poco práctica, relacionada con la lengua, el pasado, el arte y la historia. A licenciarse en sueños maravillosos. En cultura y memoria.
Ahora ella, inquieta, se pregunta si hizo bien. Si la lucidez que estos libros dieron a su hijo no sirve más bien para atormentarlo. Lo sospecha al verlo salir de casa para entrevistas de trabajo de las que siempre vuelve hosco, derrotado. Cuando lo ve teclear en el ordenador buscando un resquicio imposible por donde introducirse y empezar una vida propia: la que soñó. Cuando lo ve callado, ausente, abrumado por el rechazo, la impotencia, la falta de esperanza que pronto sustituye, en su generación, a las ilusiones iniciales. Recuerda a los amigos que empezaron juntos la carrera animándose entre sí, dispuestos a comerse el mundo, a vivir lo que libros y juventud anunciaban gozosos. Cómo fueron desertando uno tras otro, desmotivados, hartos de profesores incompetentes o egoístas, de un sistema académico absurdo, injusto, estancado en sí mismo. De una universidad ajena a la realidad práctica, convertida en taifas de vanidades, incompetencia y desvergüenza. Pese a todo, su hijo aguantó hasta el final. Fue de los pocos: acabó los estudios. Licenciado en tal o cual. Un título. Una expectativa fugaz. Luego vino el choque con la realidad. La ausencia absoluta de oportunidades. El peregrinaje agotador en busca de trabajo. Los cientos de currículum enviados, el esfuerzo continuo e inútil. Y al fin, la resignación inevitable. El silencio. Tantas horas, días, años, de esfuerzo sin sentido. La urgencia de aferrarse a cualquier cosa. Hace una semana, cuando llenaba el formulario para solicitar un trabajo de dependiente en una tienda de ropa de marca, el consejo desolador de un amigo: «No pongas que tienes título universitario. Nadie emplea a gente que pueda causarle problemas».
Tocando los libros en sus estantes, la madre se pregunta si fue ella quien se equivocó. Si no tendría razón su marido al sostener que no está el mundo para chicos con sueños en la cabeza y libros bajo el brazo. Si al pretenderlo culto y lúcido no lo hizo diferente, vulnerable. Expuesto a la infelicidad, la barbarie, el frío intenso que hace afuera. Es entonces cuando, abriendo un libro al azar, encuentra unas líneas subrayadas –a lápiz y no con bolígrafo ni marcador, ella siempre insistió en eso desde que él era pequeño–: «En el mar puedes hacerlo todo bien, según las reglas, y aun así el mar te matará. Pero si eres buen marino, al menos sabrás dónde te encuentras en el momento de morir».
Se queda un instante con el libro abierto, pensativa. Releyendo esas líneas. Después lo cierra despacio, devolviéndolo a su lugar. Y sonríe mientras lo hace. Una sonrisa pensativa. Dulce. Tal vez no se equivocó por completo, concluye. O no tanto como cree. Puede que él forjara sus propias armas para sobrevivir, después de todo. Quizá mereció la pena.
Texto de Arturo Pérez Reverte,
Lo conoce mejor que a ella misma. O creía conocerlo, porque el joven silencioso y reservado que ahora vive en la casa le parece, en ocasiones, un extraño. El niño dejó de serlo hace tiempo. A veces, cuando está fuera, la madre se queda un rato en su habitación, callada, mirando los objetos, los libros –ella compró los primeros y los puso allí, soñando con el lector que alguna vez sería–, las fotos de amigos, de chicas. Las medallas que ganó en el colegio, tenaz, esforzado. Valiente como ella procuró enseñarle a ser. Con el ejemplo del padre: un buen hombre que nunca dice tres frases seguidas, pero que jamás faltó a su deber, ni hizo nada que no fuera honrado. Que educó al hijo con más ejemplos que palabras.
Inmóvil en la habitación, aspira su olor. Desde hace mucho es seco, masculino. Distinto del que tanto añora: aroma de cuerpecito menudo en pijama, olorcillo a carne tibia, casi a fiebre. A bebé y niño pequeño, que con el tiempo se desvanece y no regresa nunca. El crío que aparecía en la cama a medianoche con las mejillas húmedas, después de una pesadilla, para refugiarse a su lado, entre las sábanas. Quizá algún día recupere ese olor con un nieto, o una nieta. Con otro cuerpecito al que estrechar entre los brazos. Ojalá no esté demasiado mayor para entonces, piensa. Que aún tenga fuerza y salud para ocuparse de él, o de ella. Para disfrutarlos.
Libros. Hay muchos en la habitación, y jalonan veinticinco años de una vida. Infantiles, aventuras, viajes, textos escolares, materias universitarias, novela, ensayo, arte, historia. Desde niño, leyéndole cuentos e historietas, orientándolo con cautela, ella fue transmitiéndole el amor por la palabra escrita. La puerta maravillosa a mundos y vidas que acaban por multiplicar la propia: aspiraciones, sueños, anhelos cuajados en largas horas de lectura y templados en la imaginación. La intensidad de una mirada joven que explora el mundo en el descubrimiento de sí misma. Estos libros llevaron al muchacho a reconocerse entre los demás, a moverse con seguridad por el territorio exterior, a descubrir y planear un futuro. A estudiar una carrera bella y poco práctica, relacionada con la lengua, el pasado, el arte y la historia. A licenciarse en sueños maravillosos. En cultura y memoria.
Ahora ella, inquieta, se pregunta si hizo bien. Si la lucidez que estos libros dieron a su hijo no sirve más bien para atormentarlo. Lo sospecha al verlo salir de casa para entrevistas de trabajo de las que siempre vuelve hosco, derrotado. Cuando lo ve teclear en el ordenador buscando un resquicio imposible por donde introducirse y empezar una vida propia: la que soñó. Cuando lo ve callado, ausente, abrumado por el rechazo, la impotencia, la falta de esperanza que pronto sustituye, en su generación, a las ilusiones iniciales. Recuerda a los amigos que empezaron juntos la carrera animándose entre sí, dispuestos a comerse el mundo, a vivir lo que libros y juventud anunciaban gozosos. Cómo fueron desertando uno tras otro, desmotivados, hartos de profesores incompetentes o egoístas, de un sistema académico absurdo, injusto, estancado en sí mismo. De una universidad ajena a la realidad práctica, convertida en taifas de vanidades, incompetencia y desvergüenza. Pese a todo, su hijo aguantó hasta el final. Fue de los pocos: acabó los estudios. Licenciado en tal o cual. Un título. Una expectativa fugaz. Luego vino el choque con la realidad. La ausencia absoluta de oportunidades. El peregrinaje agotador en busca de trabajo. Los cientos de currículum enviados, el esfuerzo continuo e inútil. Y al fin, la resignación inevitable. El silencio. Tantas horas, días, años, de esfuerzo sin sentido. La urgencia de aferrarse a cualquier cosa. Hace una semana, cuando llenaba el formulario para solicitar un trabajo de dependiente en una tienda de ropa de marca, el consejo desolador de un amigo: «No pongas que tienes título universitario. Nadie emplea a gente que pueda causarle problemas».
Tocando los libros en sus estantes, la madre se pregunta si fue ella quien se equivocó. Si no tendría razón su marido al sostener que no está el mundo para chicos con sueños en la cabeza y libros bajo el brazo. Si al pretenderlo culto y lúcido no lo hizo diferente, vulnerable. Expuesto a la infelicidad, la barbarie, el frío intenso que hace afuera. Es entonces cuando, abriendo un libro al azar, encuentra unas líneas subrayadas –a lápiz y no con bolígrafo ni marcador, ella siempre insistió en eso desde que él era pequeño–: «En el mar puedes hacerlo todo bien, según las reglas, y aun así el mar te matará. Pero si eres buen marino, al menos sabrás dónde te encuentras en el momento de morir».
Se queda un instante con el libro abierto, pensativa. Releyendo esas líneas. Después lo cierra despacio, devolviéndolo a su lugar. Y sonríe mientras lo hace. Una sonrisa pensativa. Dulce. Tal vez no se equivocó por completo, concluye. O no tanto como cree. Puede que él forjara sus propias armas para sobrevivir, después de todo. Quizá mereció la pena.
Texto de Arturo Pérez Reverte,
citrifulcificante- Mamá Micho
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Localización : Gerbodonia
Fecha de inscripción : 08/04/2008
Re: La habitacion del hijo
Señor Peruano, creo que es uno de los mejores artículos que has posteado en el foro. Sinceramente Gracias.
Admito y pido, desde aqui, que sería un gran honor cantar junto a vosotros un pasodoble escrito por nuestro gran letrista Victor Santiago que esté inspirado por este artículo de Perez Reverte...
Gracias
Admito y pido, desde aqui, que sería un gran honor cantar junto a vosotros un pasodoble escrito por nuestro gran letrista Victor Santiago que esté inspirado por este artículo de Perez Reverte...
Gracias
Javi- Mamá Micho
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Edad : 40
Localización : A 20 Kilometros de Tijuana
Fecha de inscripción : 07/04/2008
Re: La habitacion del hijo
Real como la vida misma
Lucia- Gato pre michino
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Edad : 36
Fecha de inscripción : 10/04/2008
Víctor Santiago- Mamá Micho
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Edad : 40
Localización : Málaga (La Puri)
Fecha de inscripción : 06/04/2008
Re: La habitacion del hijo
"Estos libros llevaron al muchacho a reconocerse entre los demás, a moverse con seguridad por el territorio exterior, a descubrir y planear un futuro"
libros, libros, libros... nunca los libros nos hacen debiles.... quizas pocos practicos en este productivo sistema , pero no debiles...
Ese desencuentro, ese desmotivacion estructural, esa economia productiva y competitiva rechaza los cerebros pensantes. Muchos de estos, aun en su niñez, se esconden entre nubes de resina y maltratan la unica posesion real que tienen, su cuerpo.
libros, libros, libros... nunca los libros nos hacen debiles.... quizas pocos practicos en este productivo sistema , pero no debiles...
Ese desencuentro, ese desmotivacion estructural, esa economia productiva y competitiva rechaza los cerebros pensantes. Muchos de estos, aun en su niñez, se esconden entre nubes de resina y maltratan la unica posesion real que tienen, su cuerpo.
ramon- Mamá Micho
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Edad : 40
Localización : desde cualquier parte
Fecha de inscripción : 09/04/2008
Re: La habitacion del hijo
¿Para que sirve un envoltorio de un alma entristecida en un mundo donde prima lo externo frente a lo espiritual?
citrifulcificante- Mamá Micho
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Localización : Gerbodonia
Fecha de inscripción : 08/04/2008
Re: La habitacion del hijo
La luz entra por la ventana, el progreso ya esta aquí, la interculturalidad y la globalizacion. Sin embargo aqui seguimos, mientras el mundo gira, estáticos. Somos culpables de nuestra desazón, por no enfrentar las afrentas del mundo cruel , el de vosotros:humanos.
Si ser humano es destruirse el alma en pos del bienestar, prefiero ser piedra o mierda incluso, al menos tiene un uso positivo para el mundo como macroente. Algún día estas palabras resonaran en las conciencias del imaginario colectivo, espero que nunca demasiado tarde.
La tristeza aflora en mi interior al ver esas masas humanas etilizadas de telebasura, desconfianza bursátil; traducida en una asfixia provocada por el yugo del mercado de capital. Lo normal de un humano medio cavernario es tratar de ser consciente y luchar, consigo mismo, para no caer en la infinita tristeza que provoca un mundo enfermo. Sin embargo un atisbo de esperanza se esconde en cada piedra del templo de nuestro espiritu. Mientras siga en pie , seguire en pie; si necesitas un chapú en tu corazon hermano, note apures, estoy aqui y estamos aqui.
¿ Por que dejamos de venir a verte? nadie lo sabe. Solo sé que te encontrare, porque a pesar de que es lo ultimo que se pierde, yo te encontraré primero, esperanza
Si ser humano es destruirse el alma en pos del bienestar, prefiero ser piedra o mierda incluso, al menos tiene un uso positivo para el mundo como macroente. Algún día estas palabras resonaran en las conciencias del imaginario colectivo, espero que nunca demasiado tarde.
La tristeza aflora en mi interior al ver esas masas humanas etilizadas de telebasura, desconfianza bursátil; traducida en una asfixia provocada por el yugo del mercado de capital. Lo normal de un humano medio cavernario es tratar de ser consciente y luchar, consigo mismo, para no caer en la infinita tristeza que provoca un mundo enfermo. Sin embargo un atisbo de esperanza se esconde en cada piedra del templo de nuestro espiritu. Mientras siga en pie , seguire en pie; si necesitas un chapú en tu corazon hermano, note apures, estoy aqui y estamos aqui.
¿ Por que dejamos de venir a verte? nadie lo sabe. Solo sé que te encontrare, porque a pesar de que es lo ultimo que se pierde, yo te encontraré primero, esperanza
citrifulcificante- Mamá Micho
- Cantidad de envíos : 652
Localización : Gerbodonia
Fecha de inscripción : 08/04/2008
Re: La habitacion del hijo
Solo existe una respuesta posible... El triunvirato Cobico
Javi- Mamá Micho
- Cantidad de envíos : 931
Edad : 40
Localización : A 20 Kilometros de Tijuana
Fecha de inscripción : 07/04/2008
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